No sabía qué hacer con tanta pena
y quiso repartir, nadie aceptaba,
y se comió el dolor ella solita,
rasgándose a girones, media alma.
No sabía qué hacer con tanto llanto,
y quiso compartir, porque se ahogaba,
la volvieron la espalda los ingratos,
y lloró hasta quedarse sin pestañas.
No sabía qué hacer con tanta herida,
impotente ante tanta puñalada,
se las mostró a la plebe indiferente,
y sólo consiguió ver sus espaldas.
Pero un día la fortuna vino a verla,
se coló de sopetón por su ventana
inundando de luz y fantasía
rinconcitos y pasillos de la casa.
Y a poquito llamaron a la puerta,
ingratos y plebeyos, señores y tunantes,
que sin consentimiento, pues no fueron llamados,
pretendiendo su suerte, llegaban como enjambre.
Ella, les dio limosna, después cerró con llave,
y se bebió su vino. El de las soledades.
Sólo abrió las ventanas…
Para limpiar el aire.