Ese Señor huraño, que viene de la calle
con la sonrisa puesta engañando a la gente,
y al instante en que pisa el quicio de la puerta,
le brotan de sus labios cien cuchillos hirientes.
Ése que algunos dicen que es todo un caballero
en el silencio oscuro de la noche sin luna,
desnudo, sin ropaje, es vil y pendenciero,
es sólo podredumbre cuando busca mi cuerpo.
Te mira de soslayo, nunca afronta un problema,
silencioso y taimado recubre sus ancestros,
con él nunca compartes las risas o las penas,
no deja que transciendan sus negros pensamientos.
Es un libro cerrado, jamás se abren sus hojas,
no me pidió perdón porque él no se equivoca,
sólo extendió su mano amenazante y vano,
nunca he sentido en mí sus ojos ni su boca.
Ése que busca carne sin latido y sin alma,
y que por eso mismo dejó apagar mi llama,
transformando en quimeras, mis sueños más hermosos,
que me robó la vida y nunca me dio nada.
Cuando grita imponiendo sus mezquinos deseos
aplastando los míos porque me cree su esclava,
me revuelve las tripas, que pasen por señores
tamaños indecentes que nunca dan la cara.
Ése que nunca ríe de puertas para adentro,
y que todo le irrita sin que sepas porqué,
que ahorra las caricias y hace el amor en seco
que grita como un niño cuando nadie le ve.
Ése que algunos creen un buen hombre
y que yo sé bien quién es, el que me robó la risa
y destruyó mi querer.